Si fuese una persona que planea el desarrollo de su multimedio haciendo una lista de temas y creando un calendario con fechas para cada uno, me habría dado cuenta de que un tema como el camp debería haber sido uno de los primeros, sino el primero, porque es la piedra angular de la mayoría de los temas de los que hablamos en Sublime Obsesión. ¿Melodrama? Camp. ¿Maximalismo? Camp. ¿Almodóvar? Obvio que camp. En realidad había pensado hacerlo primero, no voy a mentir, pero antes de hablar de un tema tan importante quería terminar de definir qué es Sublime Obsesión y creo que en estas últimas entregas eso quedó claro. Y entre otras cosas, Sublime Obsesión es camp.
Hoy vamos a indagar un poco en las definiciones y subjetividades del camp, en como se manifiesta en los temas que tanto nos gustan en Sublime Obsesión -diseño, arte, cine, etc.- y también ponernos a plantear la importancia del camp desde un punto de vista social, de género y de identidad.
Pero primero lo primero, ¿qué es el camp? El camp es una forma de vida. No, mentira. Aunque… un poco si, la verdad. Pero para dar una definición certera es cuando hago la estrella de cinco puntas en el suelo, prendo unas velas negras e invoco al espíritu de Susan Sontag para que nos explique. En realidad no hace falta tanto rito porque nos dejó un ensayo, hoy legendario, “Notas sobre el camp” (1964) en el que agrupa algunas ideas, pensamientos sobre el camp. Fue la primera en sentarse a definirlo, tarea complicada porque como ella dice el camp es “una sensibilidad”. Si bien difiero un poco con Susan -quién me creo que soy- si afirmo que su definición sucinta de camp es correctísima y maravillosa en su brevedad: “la esencia del camp es su amor por lo antinatural: el artificio y la exageración”
Algo que permite entender lo que es el camp es diferenciarlo del “kitsch”. Si bien hoy en día usamos indistintamente las palabras “kitsch” y “camp” quería aprovechar, ya que estamos en el baile, para contarles que no significan lo mismo. Teniendo en cuenta lo que dijo Susan del artificio y la exageración, podemos decir que la diferencia entre kitsch y camp está en la intencionalidad. El camp es intencionalmente camp, artificial y exagerado, y el kitsch no lo es o, al menos, no es percibido así. Creo que lo que estoy diciendo se entendería más con un ejemplo: supongamos una imagen de una virgen de yeso, enorme, pintada, con un manto bordado, tal vez algunas flores, algunas lágrimas. Yo amo este tipo de figuras y las tendría en mi casa. Si yo tuviese algo así en mi casa -que las tengo, tengo varias vírgenes-, eso es camp, porque yo no tengo este objeto por su verdadero significado, el religioso, yo no le rezo. Si una señora católica la tuviese en su living, rodeado de rosarios y estampitas, eso es kitsch porque para esa abuela católica, la figura de la virgen no es un artificio sino que es sincera. Ambas figuras son exageradas, claro, pero lo que vuelve camp al camp es la intención con la que uno lo adopta.
De esta diferenciación de camp y kitsch se desprende otra cosa importantísima del camp: es subjetivo. Yo hoy voy a hablar de cosas que a mi criterio son camp porque hay una definición de camp -de lo que es artificial y exagerado- por cada persona que existe. Susan Sontag en sus notas hace listados de cosas que a su criterio son camp. Cosas como, por ejemplo, lámparas Tiffany. Una lámpara Tiffany es camp en su subjetividad. A mi no me parecen particularmente camp -me parecen feas- y seguramente para la persona de Upper East Side que la pone sobre su mesita Luis XV tampoco le parezca camp. Me encantaría que un día nos juntemos entre todes y nos pongamos a hablar de qué cosas nos parecen camp. Yo tengo un montón.
Me tomo un momento para desviarme y señalar algo gracioso que muestra cómo todo tiene que ver con todo: en la lista de cosas que son camp según Sontag menciona a La Lupe. Y si recuerdan la entrega anterior de Sublime Obsesión “Qué heavy eres, Juana: Almodóvar” van a recordar que yo mencionaba que La Lupe es la cantante que Almodóvar saca del olvido al poner su canción “Puro Teatro” al final de Mujeres al Borde…, bueno, ¿ven cómo todo tiene que ver con todo?
Siguiendo por los caminos del camp, avanzamos un poco más y nos detenemos en la siguiente parada, la más importante y en la que voy a poner el foco del Sublime Obsesión de hoy:
El camp es contracultural, es rebelde, es político y es, especialmente, queer.
Como se habrán dado cuenta si leyeron entregas anteriores como “El mito del diseño nórdico” o “Más es más: el maximalismo”, me causa mucha tirria el concepto del buen gusto. Esta tal vez es la máxima más polémica que vaya a tirar en Sublime Obsesión: el buen gusto no existe. No existe. Existe el gusto personal, lo que le gusta a cada uno. Otra vez volvemos a las mismas reglas burguesas que discutíamos con el maximalismo: ¿qué son el buen y mal gusto? ¿quién impone estas reglas? ¿qué pasa si no las cumplo? Creo que en cierto punto el concepto de buen gusto es una forma de perpetuar relaciones de superioridad/inferioridad entre personas que a su vez, en gran parte, tiene que ver con poderes económicos. Tal vez parezca que estoy exagerando pero realmente creo que continuar con estas concepciones también es continuar con formas de control que actúan de formas inconsciente. Y por eso es que digo que el camp es contracultural, porque va en contra de las nociones de buen gusto.
También me parece importante recalcar que el camp es particularmente queer (no es excluyente de personas no-queer pero si es algo fundamental de la gente queer) porque entender el camp también es entender el idioma en el que hablan las personas LGBTT+. El camp se transforma en el lenguaje en el que se expresa el arte, la música, el cine, la comunicación queer porque nos reconocemos en él y porque encontramos en la rebeldía del mal gusto del camp una forma de libertad. A través del camp creamos nuestra propia cultura no conformista. Con el camp estamos diciendo “no necesito amoldarme para que me aceptes en tu mundo, yo tengo el mio, podés aceptarme así como soy”
Y para ejemplificar lo que estuve diciendo sobre lo contracultural y queer del camp voy a hablar de algo muy cercano a mi corazón, un producto audiovisual icónico que me acompaña desde que tengo memoria. Vamos a hablar de… La Niñera (1993-1999). Si, llegó la ahora.
La Niñera, para la gente que vive en una cueva, es una serie en la que Fran Fine (Fran Drescher, la Barbie sindicalista presidenta del sindicato de actores, ícono) pierde su trabajo cuando su ex novio la despide y llega, de casualidad, a la puerta de la familia Sheffield donde estaban necesitando una niñera. La Niñera es una serie que vi y volví a ver muchísimas veces. De pocas cosas me creo un experto pero no sé si hay mucha gente que sepa más de la serie que yo. Pero recientemente me di cuenta de que La Niñera funciona como una parábola LGBTT+. Fran Fine es un símbolo del camp no sólo por su forma de vestirse o su voz sino también por la forma exageradisima en la que vive la vida y así como es un símbolo del camp también se convirtió en un ícono gay. A lo que voy con lo de parábola es que, piensen lo siguiente: Fran llega a una mansión color beige, ella explotando de colores, y el transcurso de la serie la mayoría de los conflictos se dan por el choque entre el mundo de clase alta gris (beige) de los Sheffields y la personalidad de Fran. Si lo piensan en términos de lo que estamos hablando hoy es la lucha entre la rebeldía del camp y una sociedad opresora que castiga al diferente. Para una persona queer, la moraleja de la historia es positiva aunque pueda parecer un cliché. Claro, es “tenés que ser vos mismo” pero la representante de ser uno mismo es una mujer colorida, estridente, ordinaria, camp y tiene un mensaje todavía más importante: podés ganar siendo vos mismo, incluso cuando sos puro camp en una sociedad gris y opresora. Fran es el camp, es la persona queer. Perdón si divago un poco pero La Niñera es muy importante en mi vida y creo que tiene muchas capas de compresión para analizar. Se merece su propio Sublime Obsesión y tal vez lo tenga… (como ya dije al principio: no planeo nada así que quién sabe)
Hace un par de meses vi un documental sobre Lola Flores y en el capítulo final (son cuatro capítulos, recomendadísimo, está en HBO) Lola habla sobre su muerte y lo que le gustaría hacer cuando llegara: “me gustaría que me velen en el teatro de Madrid donde siempre actué para que las mariquitas puedan ir a despedirme” y traigo esto a colación porque los caminos del camp nos llevan al pináculo del artificio y la exageración: la diva, especialmente la musical. La diva musical es una persona que acompaña al camp desde hace muchos años. Podemos empezar a marcar a Judy Garland en El Mago de Oz (1939) y trazar una línea que puede llegar hasta Lali o Rosalía. Las divas fueron cambiando a lo largo de la historia, obviamente, pero creo que las verdaderas de verdad tienen algo en común: la presencia en el escenario más allá del talento musical. Ese je ne sais quoi que es una mezcla de talento musical, gracia y brillo. Mucho brillo. Brillo simbólico, brillo de personalidad pero también brillo literal, brillo de pedrería y lentejuela.
Por todo esto es que quiero arrancar por Cher. Claro que antes hubo otras, ya dije Judy Garland, también Dusty, Diana Ross, Peggy Lee o BARBRA, así en mayúsculas, pero es mi humilde opinión de editor en jefe de Sublime Obsesión que Cher es la madre de la popstar como la conocemos hoy. Ella fue la que decidió hacer de una canción un verdadero show con canto, baile y, sobre todo, mucho, muchísimo brillo. Muchísimo camp. Y por suerte para esto armó una de las mejores duplas de artista/diseñador que hubo en la historia: Cher y Bob Mackie. Es que no hay diva sin un equipo de personas que la entiendan, que la maquillen, que la vistan y Mackie ayudó a que Cher sea uno de los íconos definitivos de la moda.
Pero más allá de ser un ícono de la moda ella misma, también fue la que trazó el estándar de popstar como la conocemos hoy especialmente a nivel visual. Sin los trajes con brillos y plumas de Cher no habría, después, los tours de Madonna o los looks revolucionarios de Lady Gaga. Fue ella quien levantó la vara sobre lo que se le podía exigir a una estrella y que las popstar después se fueron peleando por pasarla y elevarla todavía más. Hoy mismo tenemos a Beyoncé haciendo un tour por Europa y Estados Unidos -diría tour mundial pero por acá ni noticias de las fechas, ¿no, Bey? Sé que me estás leyendo- de tres horas con veinte cambios de ropa, bailarines, proyecciones. Un show, una experiencia. Y todo eso, creo yo, viene de Cher.
Otra diva que me ayuda a ejemplificar por qué el camp es contracultural (y además porque la amo) es Dolly Parton. ¿Dolly Parton contracultura? Si. A ver, síganme en este razonamiento. El estilo de Dolly hoy en día ya es legendario. El pelo enorme (Dolly no tiene vergüenza de clavar pelucones), la ropa ajustada y con brillos, las uñas larguísimas, maquillada como una drag queen. Si ven o leen una entrevista de Dolly es muy probable que escuchen la historia de donde salió la inspiración de ese estilo: ella desde chica admiró la ropa y maquillaje de la prostituta del pueblo. Dolly Parton es una artista country, un género que aún hoy está dominado por los hombres. Cuando empezó su carrera, ya con el pelo enorme y los brillos, uno de los primeros consejos que recibió fue suavizar su estilo, simplificar el pelo y la ropa y por suerte, agradecemos, ella no los escuchó. El camp fue su forma de rebelarse y a la vez destacarse. Yendo contra los mandatos que existían para una mujer en el country -ser la sombra de algún hombre más famoso- logró abrir camino para muchas otras artistas que vinieron después, siempre siendo fiel a su estilo. Un poco también tiene que ver con la parábola de La Niñera. Todo tiene que ver con todo.
Me parece importante hablar de divas porque están estrechamente relacionadas con la comunidad queer, como decía Lola allá, un poco más arriba. Las mariquitas. Y el nexo que une a una diva con lo queer es, justamente, el camp. No está muy claro por qué pasa esto, qué es lo que hace que los gays reaccionemos tan favorablemente al artificio. Por ahí había leído que es porque tenemos otro tipo de sensibilidad y, después de todo, como había dicho Susan Sontag, el camp es una sensibilidad.
Cambiando de tema, el cine es una de las principales fuentes de recursos en la historia del camp y creo que a las películas camp las podemos dividir en dos grandes grupos: las películas que son intencionalmente camp y las que se hicieron con motivos realmente sinceros y buenas intenciones pero que la crítica y el público decidió que no eran buenas y que, sin embargo, quedaron en el acervo camp. Las que se convirtieron en camp gracias a la subjetividad del público.
De este segundo grupo se puede hacer toda una enciclopedia. Podemos hablar de la actuación perfecta de Faye Dunaway como Joan Crawford en Mommie Dearest (1981), con un guión plagado de frases citables (“Barbara, please…”), la de Elizabeth Berkley sintiendo todos los sentimientos al 100% en Showgirls (1995) o Tommy Wiseau en The Room (2003). En Argentina tenemos nuestro propio estándar del camp. Obvio que estoy hablando de la impecable, inigualable, increíble Un Buen Día (2010), la producción de Andrea del Boca (ícono camp de este país, también) con sus frases, sus actuaciones y sus giro. Ese giro que no voy a spoilear porque necesitan verlo si no lo hicieron. Hay algo especialmente rebelde en tomar una película que fuera considerada mala y apropiársela para el canon propio. Otra vez lo contracultural de camp. Igual no estoy diciendo que cualquier película mala es camp. Una película es verdaderamente mala e insalvable en términos de camp cuando es aburrida. Eso es lo peor. Ese es el crimen de, por ejemplo, House of Gucci (2021). Tiene todos los elementos para ser ridícula y campy pero decidieron meterle una seriedad que la hizo imperdonable. Mala suerte.
De las que son intencionalmente camp hay muchos ejemplos también. Uno podría decir The Rocky Horror Picture Show (1975), Auntie Mame (1958), incluso la recién, recién estrenada Barbie (2023) o la estética de las películas de Almodóvar, como hablamos la entrega anterior. Pero me gustaría enfocarme ahora en un rey del camp, una de mis personas favoritas en el mundo, mi faro, mi guía: obviamente estoy hablando de John Waters. Hoy no voy a profundizar demasiado porque John Waters es una persona que se merece un tratamiento almodovariano individual de Sublime Obsesión pero es imposible hablar de camp y cine sin nombrarlo a él. Camp, cine queer y contracultura.
John Waters, para los que viven en esa cueva con los que nunca vieron La Niñera, es un director de cine, escritor, humorista, coleccionista de arte, hombre perfecto. Él arrancó haciendo películas de bajísimo presupuesto con sus amigos (lo mismo que Almodóvar, hay algo ahí) que desde el comienzo tacklearon las concepciones de buen gusto, la hipocresía de la vida en sociedad, la pacatería de la vida suburbana, la familia, la religión, el sexo, etc. Todo esto lo lograba utilzando el camp como lenguaje porque el camp se lleva muy bien con la ironía. El gesto exagerado y dramático acompaña al sarcasmo. Se pueden mencionar infinidad de ejemplos, sobre todo lo que representó Divine, su principal musa y mejor amigo. Por ejemplo Divine comiendo mierda en Pink Flamingos (1975), arremetiendo contra los límites de la fama y el buen gusto o la heroína de Polyester (1981), sufriendo las desavenencias de su familia como un personaje de… Douglas Sirk, si, todos los caminos conducen a Sirk, pero es una clara referencia de Polyester. No podemos hablar de amas de casas sin hablar también de la devoción insana de Kathleen Turner por su familia en Serial Mom (1994), otra arremetida contra la familia suburbana y la ama de casa perfecta. El sexo y la pacatería en A Dirty Shame (2004), el racismo en Hairspray, la ética en Desperate Living (1977). Así con todas las películas. John Waters es un hombre brillante que logra apoderarse del camp como lenguaje y logra transformarlo en vehículos complejos sobre temas importantes. Para muchos estas películas son simples comedias, tal vez demasiado exageradas para ser tomadas en serio pero creo que vale la pena analizarlas más profundamente.
En los mundos del diseño y el arte es todavía más complejo señalar qué es camp y qué no, sobre todo teniendo en cuenta el problema que traen las subjetividades y las sensibilidades. Es dificil señalar cuando algo es camp porque tenés que contraponerlo con algo que uno considere no-camp y a la vez también analizar las intenciones de cada autor. Dentro de los movimientos del diseño creo que es fácil señalar uno que si se destacó por ser completamente camp y a propósito: el grupo Memphis. Señalo a estos italianos, particularmente, porque el diseño Memphis nació, como todo lo que estuvimos hablando hasta ahora, para contraponerse a la norma. La historia es bastante simple: Ettore Sottsass, afamadísimo diseñador italiano, decide convocar a un grupo de diseñadores jóvenes para crear un grupo bajo una premisa base: crear un tipo de diseño que se oponga al diseño modernista que estaba dominando el mundo en ese momento. De esa idea llega una de las propuestas más radicales en materia de diseño. Surge lo que hoy se conoce como diseño Memphis que definió en parte la estética de los 80s. La mezcla de colores primarios saturados, las formas asimétricas, incorporación de zigzags, figuras como los trapezoides. Se acentúa la artificialidad frente a la estética modernista. No hay rastros de texturas ni colores naturales. No hay madera ni marmol. El terrazzo, un material hecho por el hombre, se convierte en la textura más representativa. Es distintivamente camp en todas sus características y además, como todo lo que dijimos, es contracultural dentro del mundo del diseño. Es, como dijimos con John Waters, por ejemplo, la utilización del idioma del camp para rebelarse.
Otro ejemplo, esta vez más moderno y latinoamericano, se da con la arquitectura fascinante de Freddy Mamani. El arquitecto boliviano se destacó por imponer en Bolivia un nuevo tipo de arquitectura llamada “cholets” por la unión de las palabras “chola” y “chalet”, también referida como “arquitectura chola” o “neo andina”.
Este tipo de construcciones se destacan por ser varias cosas: primero y principal, son orgullosamente andinas, lo cual me parece hermoso. Responden visualmente a la herencia colorida de la historia de Bolivia. Mezcla de colores y formas geométricas, muchas personas llegaron a compararlas con el art decó, llamándolo “art decó andino”. También son muy camp, claro. Son una explosión de color, sin miedo a ser artificales, a celebrar la historia boliviana y al mismo tiempo ser tan ostentoso. Después de todo son construcciones encargadas por la nueva burguesía boliviana y todos sabemos lo camp que pueden ser los nuevos ricos acá, en Estados Unidos o Bolivia. Y también creo que este tipo de construcciones son… si, ya me imagino que lo saben: rebeldes. Estamos en una era muy globalista, yo creo que la globalización nos está empujando a perder la identidad como países individuales, volviéndose todo muy homogéneo. Me parece fantástico que Freddy Mamani aparezca y decida desarrollar un estilo moderno cruzado con la historia Boliviana. Y qué belleza de herencia.
En Argentina nosotros tuvimos un rey indiscutido del camp: Federico Klemm. Y mirá que tuvo mucha competencia, eh. Si hubo una década que se podría definir absolutamente como camp en nuestro país fueron los 90s, década en la que Federico se destacó y en la que popularizó su legado camp como hoy lo recordamos. Klemm fue un coleccionista de arte, personalidad televisiva, adalid de la cultura queer y artista. Hoy en día su colección y su obra propia se encuentran en exhibición en su fundación, lugar que recomiendo visitar. Su colección de arte tiene de todo, particularmente arte moderno de artistas como Joseph Beuys y Nan Goldin. Sin embargo también hay una parte dedicada a la propia obra de Klemm y, déjenme decirle, eso si que es camp. Entre pinturas y collages, Klemm juega con la figura masculina, movido por el deseo y la admiración. Un recorrido por su obra también sirve para observar la relación entre lo queer y el camp, la forma en la que con este idioma Federico logra expresar su deseo y hacer un reflejo de su vida porque también es importante destacar que su figura en la vida pública, su peinado, su ropa, también fueron una forma de representación camp. Y esta forma camp de existir y ser celebrado en público también es algo bastante revolucionario.
Creo que podemos ir cerrando la entrega de hoy. Por si no quedó claro, lo que quise decir con todo esto es que camp es importante. Probablemetne sea el tema más importante que toque en Sublime Obsesión porque después de todo, como ya dije antes, el camp es una forma de vida. Es una sensibilidad. Es una forma de ver el mundo y también de sobrellevarlo. A veces definir algo como camp también lo hace más facil de procesarlo, lo separa del horror. Si hay algo que me gustaría que quede en claro hoy es que el camp es contracultura, es rebeldía y es queer, es algo más profundo que la frase de una película o un objeto feo.
Esto ha sido todo por hoy, amiguos de Sublime Obsesión. Si llegaron hassta acá quiere decir que probablemente les gustó así que me dispongo a pasar la gorra: dejo mi Cafecito y en el caso de que no quieran pasar por la app pueden transferirme diréctamente a MP por mi alias “sublime.obsesion”.
Por siempre camp y suyo
Joel💋
Editor en Jefe de Sublime Obsesión