Orgullosos de cualquier exceso
en el baile de la vanidad.
Y si cuentas, cuenta por millones
nadie duda de que más es más
Fangoria - “Más es más”
Por si no había quedado claro allá en el primer, todavía prueba, medio raro y ya un poco lejano Sublime Obsesión “El mito del diseño nórdico” lo repito: no me gusta el minimalismo. Y por eso es que estamos aquí reunidos para hablar de su archinémesis y verdadero héroe: el maximalismo.
El maximalismo como lo entiendo yo y como lo proclamo hoy no tiene nada que ver con el consumismo capitalista que está destruyendo nuestro planeta. Querer que algo sea más recargado no quiere decir que hace falta salir corriendo a comprar más cosas. Hoy vamos a hablar de diferentes formas en las que el maximalismo se define y se manifiesta en los ámbitos que solemos discutir en Sublime Obsesión.
Pero antes de ponernos a hablar de las cosas entretenidas por las que estamos acá me gustaría también explicar por qué no me gusta el minimalismo. Primero que nada, me parece tremendamente aburrido. En el altar de mi credo particular, en mi mundo donde lo visual tiene tanta preponderancia, las imágenes son mi alimento y el minimalismo me deja con hambre. Segundo, el minimalismo me parece terriblemente frio. Cuando a Kim Kardashian le preguntaron por qué había decidido vivir en una casa que parece más un mausoleo que un hogar, dijo que pasa tanto tiempo afuera que necesita que su casa sea tranquila. No hay ni arte colgado, todo es beige, del piso al techo. Yo creo que la tranquilidad de la mente en realidad tiene más que ver con estar a gusto dentro de un espacio y la frialdad del minimalismo me genera lo opuesto. Tercero, el minimalismo me parece horriblemente burgués. Por dos cosas, una es el desapego total hacia las cosas, la forma en la que se puede tirar o regalar todo. Cuando tenés menos sos más consciente del esfuerzo que llevó conseguir cada cosa y hay un poco de placer y orgullo en haberlo hecho. La otra es el alto costo que implica vivir una vida “despojada” porque requiere de inversiones, se supone que tenés que adquirir aquellas cosas que vayan a durar el mayor tiempo posible y si vemos la vida de muchas personas que adoptaron este estilo, vemos que estos productos son cosas hechas a medida, exclusivas, de varios miles de dólares.
Ahora si, pasemos a lo divertido. Empecemos por lo más viejo que vamos a charlar hoy y uno de los ejemplos más obvios pero por eso no menos pertinentes (además de ser super divertido): el rococó. Elijo el rococó frente al barroco (¿a quién le importa, no?), aunque estén emparentados, porque creo que el rococó es más divertido, más juguetón. El rococó viene de una época muy groncha y eso me encanta. La decadencia es total, en Francia surge la burguesía, de repente gente que no era de la realeza o la iglesia tenía plata. Y con esa plata no querían pinturas religiosas, querían pasarla bien. Querían los cuadros de Jean-Honoré Fragonard, las pinturas complejisimas en colores pasteles con escenas idílicas como “El encuentro secreto” o, tal vez, la más famosa de todas “La hamaca”. Los muebles tallados con curvas y contracurvas, laminados en oro, fastuosos bordados, biombos pintados. Cuanto más mejor, mientras más ostentoso, más poder tiene la familia. Irónicamente, hoy en día ostentar de esta manera es considerado casi un pecado. Groncho, grasa. Pero el rococó es groncho y grasa y lo amo por eso.
En el cine hay maximalismo por todos lados. Desde el frenesí de Daisies (1966) de Věra Chytilová hasta el frenesí de Everything Everywhere All At Once (2022). O, bueno, no quiero volver siempre a lo mismo pero se podría decir que el melodrama (acá meto chivo de “Si querés llorar, llorá: el melodrama”) es maximalista por su exceso de emociones, su artificio, su exageración. El otro día vi uno nuevo, Waterloo Bridge (1940), con una Vivien Leigh absolutamente incríeble, que tiene todo lo maximalista que quieren las guachas: guerra, amor apasionado, caídas en desgracia, prostitución, y más cosas que no quiero spoilear. O también puedo hablar del maximalismo del camp en clásicos absolutos como Mommie Dearest (1981) o Showgirls (1995). Pero de camp hoy (guiño guiño) no vamos a hablar.
De lo que si quiero hablar hoy no es un género sino que es un invento que cambió la historia del cine: el technicolor. Yo siempre hago el chiste de que cuando no quiero pensar y quiero ver una película que me deje el cerebro frito, pongo una película en technicolor restaurada que me deje ciego (nadie se rie). El technicolor fue una forma de procesamiento de fílmico que consiste en… mmm… bueno, la cosa es que sirvió para poder crear películas a color. Y cuando se pudo usar color en las películas los estudios dijeron: vamos a usar color, eh. Y lo usaron. El uso de color en las películas se convirtió en una atracción en si misma. En la era previa a la televisión y durante sus comienzos (cuando era en blanco y negro) ir al cine a ver un espectáculo a colores era todo un evento. Esto los estudios se dieron cuenta muy rápido. Literalmente se ve en la primera película filmada en technicolor, Becky Sharp (1935), que es una adaptación de La hoguera de las vanidades, protagonizada por la siempre excelente Miriam Hopkins, que también protagonizó Design For Living (1933), de la que hablo en “Love to love you, baby: el placer” (hoy no paro de meter chivo, perdón, pero es que todo tiene que ver con todo)
Es que Becky Sharp es una adaptación de Vanity Fair y es una decisión perfecta: qué mejor para meter color, exhuberancia, maximalismo que una película de época y metieron cuanto color podían, sobre todo en el vestuario, vemos telas a rayas, azules eléctricos, verdes, amarillos. El evento principal era el color en si y la historia (que esta adaptación es, admitámoslo, más o menos) pasa a un segundo plano.
Acabo de borrar un párrafo que empezaba con “el uso más perfecto del technicolor es la película…” porque me di cuenta de que hay demasiados. Soy un fan del technicolor. Voy a nombrar algunos para ver si les pica la curiosidad. Los primeros que me vinieron a la mente fueron dos clásicos del mismo año. Primero fue el contraste entre sepia y color, color, color de El Mago de Oz (1939). Imaginate que sos un niño de 1939 que va al cine y la película arranca en sepia y de repente a Dorothy se la lleva un tornado y cuando abre la puerta está en un mundo de color. Es ese chiste de “esto mataría a un niño victoriano”. La segunda película de 1939 que quiero señalar es una de mis favoritas, la enorme, imposiblemente larga, increíble Lo que el viento se llevó, la montaña rusa maximalista de la guerra civil yanki.
No existe el technicolor sin hablar de las personas que básicamente inventaron el color, en mi humilde opinión: Powell & Pressburger son los genios detrás de obras maestras completamente exuberantes como The Life and Death of Colonel Blimp (1943) con esos decorados enormes (la pantalla verde killed el decorado star) de colores brillantes, Black Narcissus (1947) con sus juegos de luces sobre los hábitos blancos de monja pero sobre todo, más que ninguna otra -hagan de cuenta que me acabo de poner de pie- The Red Shoes (1948). Si no quieren ver toda The Red Shoes (hacen mal, veanlá) recomiendo que al menos vean el ballet que da nombre a la película. Hoy estoy muy de “mi humilde opinión” pero mi humilde opinión es que el ballet de The Red Shoes es la mejor escena de baile capturada en una película. Y no quiero adelantarles nada pero es tan bello, tan creativo, tan bien puesto, tan bien bailado. Se me pone la piel de gallina, podría verlo mil veces.
Ay, ya me estoy yendo por las ramas pero es que hay tantas fantasías en technicolor completamente maximalistas para recomendar. Dejo algunas más que amo: obvio que Singin’ In The Rain (1952) si saben que soy uno de esos trolos de los musicales. An American In Paris (1951) también (no tan buena pero hermosa de ver, sobre todo la sonrisa de Gene Kelly), con Leslie Caron también está Gigi (1958), esa si que te deja ciego, no hay una superficie blanca. Gentlemen Prefer Blondes (1953), aprovechen a ver a Marilyn a color. Bueno, basta. Ok, una más, porque esta me parece maxi en todos los niveles: Auntie Mame (1958). Entre Rosalind Russell actuando como si estuviese en un teatro con quince mil asientos, el personaje de Mame más camp y gay icon que existe, los decorados decadentes, incluso los créditos iniciales. Además tiene una de mis frases favoritas de la historia del cine “el mundo es un banquete y la mayoría de los pelotudos se muere de hambre”
Hablando de gente camp e íconos gay, nos vamos a la vida real. Hay gente que vivió y vive su vida de manera maximalista y yo los admiro profundamente y trato de aprender de sus filosofías. Voy a traer a dos mujeres que me fascinan, dos íconos de la moda, cada una a su manera. Primero, Diana Vreeland, la Anna Wintour original, cuando Anna Wintour todavía no había ni nacido (literalmente, Vreeland empezó a trabajar en Bazaar en 1936 y Wintour nació en 1949). Los aportes que hizo Diana Vreeland a la moda fueron astronómicos y todavía los vemos hoy en día. Inventó, básicamente, la revista de moda moderna. Antes de ella, las revistas de moda eran como la revista Hola, para simplificarlo. Revistas sobre las mujeres de la alta sociedad, como registros de sus actividades, cocktails, fundaciones, recetas, etc. Fue la primera en poner en una editorial de moda, entre otras cosas, el jean, que en ese entonces solamente era ropa de trabajo, y la bikini, que en la posguerra era algo que usaban los “yiros” europeos. En la época en la que ella fue editora de la Harper’s Bazaar y después Vogue, y había mucha plata en las revistas de moda,, mandaba a modelos y fotógrafos durante meses a lugares como la India, Egipto o Japón para que le trajeran fotos espectactaculares que sean acordes a su visión enorme.
Pero el regalo más maximalista que nos dejó Diana no fue su trabajo (aunque si, también cuenta) sino su vida misma. Y acá recomiendo uno de mis libros favoritos, que leí mil veces y que me llevo en viajes de avión porque me ponen nervioso y este libro me calma. Estoy hablando de sus memorias, D. V. (1984) donde cuenta la historia de su vida, una vida como ninguna otra vida que hayan leído. Desde su infancia en París, sus trabajos en Harper’s Bazaar y Vogue, hasta su vejez haciendo cosas como inventar la Met Gala (si, fue ella) o tener cerca de 80 años y salir de parranda al Studio 54 con Warren Beatty y Jack Nicholson. Si no consiguen el libro yo creo que tengo un PDF en inglés, me lo pueden pedir. Sino también hay un documental sobre ella, Diana Vreeland: The Eye Has To Travel (2011) en el que entrevistan a gente que colaboró con ella, editores, historiadores, modelos, fotógrafos. Es un pequeño resumen a la persona extraordinaria que fue.
La otra mujer increíble es más conocida y sigue siendo el símbolo del maximalismo a sus 101 (CIENTO UN) años y contando, faltan un poco más de dos meses para su próximo cumpleaños. Estoy hablando de nuestra amiga Iris Apfel. Hay un documental que me encanta sobre su vida dirigido por Albert Maysles (que también fue uno de los directores de la absolutamente icónica Grey Gardens, un documental para charlar otro día) que se llama Iris (2014). Acá simplemente vemos una porción muy pequeña de su vida, la seguimos en su día a día durante unas semanas. Pero en esta simple observación podemos ver como vive su vida. Nos enteramos de pequeñas anécdotas, de cómo desarrolló su carrera como interiorista, de sus viajes por el mundo, de la hermosa relación con su marido y sobre todo de cómo, a los ya pasados 80 años se transformó en una celebridad por su estilo maximalista. Vemos la forma en la combina accesorios, se pone collares sobre collares, ropa sobre ropa y siempre está espléndida y con una actitud hermosa.
Hablando de estilo, me quiero retrotraer un poco a nuestra época de Fotolog y hablar de uno que todos seguíamos, después en tumblr pero que viene de los 90s. ¿Se acuerdan de la revista FRUiTS? Fue fundada por Shoichi Aoki en el 1997 y básicamente lo que hacía era retratar el street-style de las personas que circulaban por el distrito japonés de Harajuku. Este street-style en particular se destacaba por ser tremendamente complejo y recargado. Con capas de ropa, mezcla de texturas y colores, accesorios, peinados. Este estilo se hizo famoso en todo el mundo y representaba dentro de la cultura japonesa un foco de rebeldía. Es que esta exageración, este maximalismo contrastaba con preceptos básicos japoneses del decoro y el buen gusto. Me parece interesante destacar la función del maximalismo, de la exageración como contracultura y rebeldía. ¿No vivimos en sociedades que oprimen y le tienen un poco de miedo al diferente? El exceso es rebeldía.
En el documental sobre Iris Apfel podemos ver bastantes partes de su casa, su decoración, la forma en la que combina objetos, como juega entre cosas muy caras y baratijas y ahora entro en lo que en realidad originó toda esta entrega de Sublime Obsesión. Hace ya varios años que sigo a la revista inglesa House & Garden, una revista sobre arquitectura e interiorismo que tiene un poco de todo el mundo pero que especialmente se enfoca en casas británicas. Después de varios años de observar estas casas empecé a encontrar un hilo conductor entre todas las que me fascinaban y procesándolo un poco denominé este estilo que me encantaba maximalismo inglés (en oposición con el minimalismo escandinavo, ja).
Hay algo que odio en el diseño y en el estilismo, ya sea de ropa, ya sea en interiorismo, etc. y es lo siguiente: odio que haya “reglas”, este es un tema que quiero explorar en otro momento y por suerte creo que con la llegada de las redes sociales y la muerte de las revistas lo que sucedió es que está prevaleciendo mucho más el “estilo personal” que las reglas. Pero siguen estando. Y yo me pregunto, de qué viven ¿quiénes son los jueces, los policías, la constitución a la que debemos responder con estas reglas? ¿quién es la persona que dijo que queda mejor tal o cual color si vos de tal o cual forma, si tu habitación tiene tal paredes tenés que hacer esto y si tiene estas otras, tenés que hacer lo opuesto? Y ni hablar que muchas de estas reglas están relacionadas directamente con las inseguridades que uno puede tener, sobre todo si son sobre el cuerpo. Muchas veces “romper” una regla implica que uno se atreve a mostrar su cuerpo tal cual es en vez de intentar ocultarlo o disfrazarlo.
Y es por eso que amo el maximalismo inglés y si me piden definirlo, la definición es que no hay reglas, solamente hay inspiración. En realidad hay unas características en común que me encanta y es que son muy ingleses en los muebles que tienen. Muy Jane Austen. Van a ver lo que digo en las fotos. También creo que tal vez la característica principal es que no hay ningún tipo de resquemor. Texturas con texturas, estampados con estampados, sin miedo a pintar las paredes de colores, llenarlas de cuadros y decoraciones. Mi filosofía para elegir cualquier cosa, sea ropa o de la casa, es que cada objeto me tiene que gustar por si mismo, nunca en función de cómo combina con otras cosas. Si me gusta y me rodeo de cosas que me gustan entonces voy a crear un espacio más grande que también me gusta. Creo que esto es lo más destacable de este maximalismo inglés que estoy señalando. No importa cómo combina la textura del almohadón con la textura del sillón, ambas cosas las tenés que amar por separado. No importa si el color de la pared agranda o achica el espacio, tiene que gustarte a vos y cómo queda puesto. Lo demás ¿qué importa? Si el espacio parece más pequeño ¿de quién es el problema? Otra vez, las reglas, ¿quién dice que un espacio tienen que “parecer” lo más grande posible? Yo prefiero mil veces cargadisimo y acogedor que vacío y enorme. Siempre.
Y ojo, ojo, ojo. No me van a venir a decir, a acusarme de mandarlos a comprar cosas. No, yo sé que estamos viviendo en vorágine capitalista que está destruyendo al planeta. Eso lo sé, no me quieran tildar de cerdo capitalista aunque me guste la plata como a cualquier hijo de vecino. Y por eso también aclaro que no creo que haya que comprar cosas para ser maximalistas. En realidad muchas de las cosas que más queremos y más nos reconfortan son objetos que heredamos, o que encontramos de segunda mano o encontramos en la calle. Cosas que hicimos con nuestras manos. Para ser maximalistas no creo que haya que gastar mucha plata sino perder el miedo al choque, a las reglas. Lo importante es encontrar lo que a cada uno nos hace felices y después se verá.
Maximalisticamente suyo
Joel 💋
Editor en Jefe de Sublime Obsesión