A felicidade é como a pluma
que o vento vai levando pelo ar
Voa tão leve
mas tem a vida breve
precisa que haja vento sem pararAntônio Carlos Jobim, Vinicius de Moraes - “A felicidade”
Quién me manda a mi, eh. Se supone que hago esto porque me gusta. Me pareció una buena idea cuando dije “el próximo Sublime Obsesión debería ser sobre la felicidad” y ahora estoy acá, sentado frente a la computadora -imaginenme como Carrie escribiendo su columna en Sex and The City- y pensando: “I couldn’t help but wonder… en qué me metí, qué carajo puedo decir yo sobre la felicidad”. No digo que sea un infeliz -tal vez- sino que digo que hay gente que escribió libros filosóficos, tratados, cosas larguísimas y complicada sobre la felicidad y acá vengo yo, un pobre hombre, a meterme a divagar sobre qué es y no es la felicidad.
Yo siempre estoy hablando de la subjetividad de las cosas, sobre todo para atajarme por si alguien está en desacuerdo. La subjetividad del gusto, del camp, del placer. Pero si hay algo en esta vida que es completamente subjetivo es la felicidad y es por eso que en este Sublime Obsesión solamente puedo hablar de aquello que me generan felicidad a mi y reflexionando un poco en el por qué. Qué decirles, la verdad. Esta es una excusa para hablar de cosas lindas. No “lindas” en el sentido estético de las cosas lindas sino “lindas” en el sentido de las cosas que generan felicidad.
¿Qué es la felicidad? No sé, ¿qué se creían? ¿que esto es un newsletter sobre filosofía y las preguntas importantes? No, claro que no. Tampoco me iba a poner a tirar definiciones de algo tan intangible como la felicidad y tampoco creo las necesitemos, así como era necesaria una definición de “camp” en el Sublime Obsesión anterior.
Y ya que nombramos al camp quiero decir que si puedo hacer una afirmación sobre felicidad: la felicidad es contracultural como el camp. Vivimos en un mundo muy complicado que se está prendiendo fuego por donde lo mires. El mundo que está todo el tiempo intentando oprimirnos y rebajarnos, que quiere que trabajemos más y pensemos menos mientras las temperaturas suben y… bueno, ya se hacen una idea, todos vivimos en el mismo mundo. La felicidad es contracultural porque nos pone en rebeldía frente a un mundo que en este momento no está diseñado para que seamos felices. Ser feliz es un acto de rebeldía y hoy propongo algunas herramientas para serlo.
Si no tuviese cierto autocontrol estaría dedicándole todo este Sublime Obsesión a Barbie (2023) pero no lo voy a hacer -por ahora- pero hablando de Barbie: me hizo feliz. Salí de la sala de cine -dos veces- sonriendo.
Y ya se habrán dado cuenta de que algo que me hace feliz son las películas y ya que estamos hablando de películas y felicidad quiero hablar de una película que no solamente es una de mis películas favoritas, que me hace muy feliz y que veo en momentos tensos sino que además es sobre la felicidad. Bah, sobre una persona genuínamente feliz. Estoy hablando de Happy-Go-Lucky (2008) de Mike Leigh, uno de mis directores favoritos. En esta película la grandísima Sally Hawkins -la que se culea al mostro en The Shape of Water (2017)- es Poppy, una persona feliz. Una persona que irradia felicidad al punto de ser insoportable para todos, los demás personajes, el público, todos. E igualmente es uno de los personajes más complejos que yo haya visto en una película y también creo que la interpretación de Sally Hawkins es impresionante, gigante. Lograr que una personaje parezca feliz de verdad y no impostado ni una caricatura y que además tenga diferentes facetas y profundidades en su felicidad creo que es más dificil que pasarse todo el rato llorando. Admito que es una película que puede ser desesperante, mi mamá la odia, por ejemplo, porque de cierta forma, volviendo a lo que decía más arriba, Poppy se atreve a no dejarse doblegar por el mundo que todo el tiempo la quiere romper. Poppy es una rebelde.
Más allá de una película sobre la felicidad que me haga feliz, hay otro género que en su totalidad me hace feliz. Yo sé que hablé un montón del melodrama y seguro pensarán que ese es mi género favorito pero no lo es, melodrama es mi segundo género favorito. Mi género de película favorito es… la comedia romántica. Ah, si, si. Por favor, que reconfortante. Y creo que el confort es una clave de por qué nos -me- gustan las comedias románticas. Salvo raras excepciones hay algo que todas esas películas tienen en común: un final feliz. Pocas cosas te dejan tan contento, tan feliz como un buen final de película que te deje la panza llena de sentimientos como si vos mismo te hubieses enamorado. Hay algo muy seguro en una comedia romántica. Es como subirte a una montaña rusa, sabés que hay peligro, sentís el tirón en el ombligo pero que -con suerte, toquemos madera- no te va a pasar nada. En una comedia romántica puede haber enredos y desenredos, podés creer que nunca se va a resolver el conflicto y sin embargo tenés un final donde nuestros protagonistas se besan, ruedan los créditos y vos estás sonriendo.
Yo soy el tipo de persona a la que el domingo a la noche le pega por el lado del bajón y por eso siempre tengo a mano una película de un grupo que me gusta llamar “película de domingo a la noche” y la gran mayoría de estas películas son comedias románticas. Hablemos de un par de títulos nada más porque podría estar horas y horas desmenuzando este tema. Mi comedia romántica favorita, la mejor de todas, la número uno, es, sin lugar a dudas, Cuando Harry Conoció a Sally (1989). Yo soy el tipo de cornuda persona que puede recitar el monólogo de Harry al final “...you want the rest of your life to start as soon as possible”. Ya que nos metimos en el NoraEphronverse, yo digo que amo todas sus comedias románticas. ¿Y el ángel de Meg Ryan en todas esas películas? Por favor, qué par de mujeres. Si bien acepto que van decreciendo en calidad -amo con locura Sleepless In Seattle (1993), bastante menos Tienes un Email (1998)- son tres clásicos. La única comparable con el ángel de Meg Ryan es Julia Roberts. A mi me encanta abrir el debate de “¿Cuál es tu estrella de comedias románticas de los 90s favorita: Meg o Julia?”. Julia Robert tiene en su haber clásicos absolutos también. ¿Pretty Woman (1990)? ¿El monólogo de Notting Hill (1999)? Igual mi favorita de su filmografía y que veo cada dos meses, aproximadamente, es La Boda de mi Mejor Amigo (1997). Esta es justo uno de esos casos en los que la chica no se queda con el chico (Dermott Mulroney ¡Qué hombre!) aunque para ese momento ya queremos a la otra (Cameron Diaz en un nivel altísimo de presencia en pantalla y carisma) entonces lo entendemos. Además ella se queda con su GBF, Rupert Everett, un mejor amigo gay con un poco de profundidad y personalidad, algo rarísimo para la época -y para hoy también, la verdad-. Dermott Mulroney también es el galán de otra de mis comedias favoritas The Wedding Date (2005), en la que se hace del escort de Debra Messing cuando va a la boda de la hermana -el mejor papel de Amy Adams, lo siento pero es verdad-. Bueno, tengo que dejar de hablar de comedias románticas porque de verdad podría estar todo el día dele que te dele y tenemos otras cosas que discutir.
A mi me gusta mucho la música, pongo discos todo el tiempo que estoy despierto y no estoy viendo una película o leyendo, no puedo estar en la calle sin auriculares, no puedo ir al gimnasio sin mi playlist para hacer aerobics, pongo música hasta para bañarme aunque sea una ducha rápida -más o menos tres temas-. Estoy escuchando mientras escribo esto, incluso -”Inédito” de Jobim, discazo-. Creo que mi amor por la música quedó claro con las ya ocho playlist que armé hasta ahora. La música me acompaña cuando estoy arriba y abajo. Se podría decir que la música me hace… feliz. Y es por eso que algo que disfruto un montón también es la música en vivo. Pocas sensaciones son tan hermosas como la felicidad de salir de un recital y sentir todo el cuerpo bullendo de electricidad, los músculos doloridos, es la serotonina fluyendo por el cuerpo por haber vivido la experiencia de haber estado en la presencia un artista que te encanta, de que te haya hablado a vos, si, a vos diréctamente, que haya tocado los temas que te gustan.
Tengo muchísimos recuerdos de recitales que todavía me hacen sonreir, que me llenan de felicidad. Desde recitales pequeños como Michael Mike en una Eyeliner en el año… ¿2009, tal vez? hasta creer que iba a morir aplastado viendo a Gorillaz. Un recital de casi tres horas de Yo La Tengo, el cortito y casi vacío -perdón, chicas, ojalá vuelvan- de Cibo Matto. Cuando le agarré la mano a Kevin Barnes de Of Montreal. Cuando me robaron el celular viendola a M.I.A., ese día que también tocó Solange o cuando también me robaron el celular viendo a Arcade Fire pero no me importó porque lloré un montón con Crown of Love y Neighborhoods #1. El año pasado estuve en el Primavera, ese gaypalooza irrepetible donde viví una experiencia transcedental, la verdad: el recital de Arca. En situaciones normales, la lluvia suele ser un contratiempo para un recital pero en este caso fue la lluvia lo que transformó el recital de uno común a una experiencia completamente mágica. Todavía la recuerdo a Arca agitando el pelo bajo la lluvia e invocando a las brujas y se me pone la piel de gallina.
Con lluvia o sin lluvia, los recitales son eventos casi religiosos. Son una especie de misa en la que nos congregamos a venerar la música que nos traen los artistas, el clero. Hay algo tan primigenio en un evento así, donde somos un grupo que actúa como una sola cosa, donde bailamos, cantamos, saltamos, somos el público. Vivir ese tipo de unión con desconocidos es muy especial y es algo que solamente se vive en una situación así.
Pero bueno, no todos podemos ir a todos los recitales. No nos da el tiempo ni la plata. La mentira de las “giras mundiales” que solamente abarcan Estados Unidos y Europa o porque el recital sucedió hace ya muchos años. Por todo eso es que agradezco la existencia de los discos en vivo. Qué belleza un buen recital grabado para la posteridad y que se pueda volver a disfrutar. Un disco en vivo, si bien obviamente no es lo mismo que haber estado ahí, captura un poco esa sensación de rito, de misa porque no solamente se escucha la música sino que también se complementa con el hermoso ruido que hace un público bien sacado. Hay muchísimos ejemplos de discos en vivo que amo. La monumentalidad que es el Homecoming de Beyonce, que te deja exausto de solo escucharlo. El disco en vivo de los Pet Shop Boys en Rio que me hace poner celoso porque le dicen a los brasileños que ellos son los mejores y todos sabemos que los argentinos somos el mejor público. El mítico recital que Judy Garland dio en Carnegie Hall, uno de los mejores recitales que hubo, con todos los éxitos.
Y ni hablar de algo bien vintage, bien 2000s: el DVD de un recital. Hay un chiste que circula por internet que dice que los gays nos juntamos a sentarnos a ver videos musicales. Lo cual es cierto y mi pedido siempre es “Pongan Aphrodite Les Folies de Kylie Minogue” ese videorecital increíble con Kylie saliendo como Afrodita de adentro de una concha marina y eso es sólo el principio. La gente no sabe lo que es un tour de Kylie Minogue. Vayan a buscar uno, están en youtube. Igual la reina del recital tiene que ser Madonna, ella inventó el show con todas las letras. Escenografías, bailarines, actuaciones, acrobacias y por supuesto Madonna. Vean por ejemplo The Blond Ambition Tour con sus referencias a Metropolis (1927) o el magnífico Confessions Tour.
Pero la grabación en vivo que le gana a todas en mi corazón, la que siempre me emociona por todo lo que representa y por lo hermosa que es el disco “Mercedes Sosa en Argentina” de 1982, del recital que Mercedes Sosa dio cuando volvió al país luego de haber vivido en el exilio durante la última dictadura cívico militar. No solamente tiene todos los clásicos -“Como La Cigarra”, “Alfonsina y el Mar”, “Volver a los 17”- sino que también tiene el agregado del calor del público dándole la bienvenida. Es emocionante de principio a fin porque no es solamente un recital, es una carta de amor de Mercedes a nuestro país y de nuestro país a Mercedes.
Así como hay películas y música que reconforta, también hay lugares. En “Más es más: el maximalismo” ya hablé un poco sobre la necesidad de vivir en un lugar que te haga feliz y de cómo el minimalismo atentaba contra el confort de estar rodeado por aquello que uno ama. Si bien es importante que el espacio propio de uno lo haga feliz en este caso no estoy hablando del lugar que uno habita, en realidad. A mi me gustan los museos de arte. Me fascina su microclima, su silencio, sus espacios y, obviamente, el arte. Me reconforta que sean unas burbujas que te permiten aislarte del mundo exterior al mismo tiempo que te permite ver como ese mundo exterior del que estás huyendo se está reflejando en el arte. Eso es hermoso. Y mi favorito, al que vuelvo tres o cuatro veces al año a ver la misma muestra permanente, es el Museo Nacional de Bellas Artes. Me gusta decir que voy a “saludar” a mis obras favoritas. Siempre salgo sonriendo, feliz. Qué belleza de colección tenemos en nuestro país y todas disponibles sin costo alguno para que todos disfrutemos. La democratización de la belleza. Mi obra favorita, que voy a ver siempre es Diane surprise de Lefebvre.
Y acá dejo una pequeña selección de otras obras que también amo:
Hablando de arte, hay un artista argentino que para mi es sinónimo de felicidad no solo por su obra sino también por su persona, por su incansable sonrisa de oreja a oreja y el brillo en los ojos. Obvio que estoy hablando de Edgardo Gimenez. Bah, decirle artista es minimizarlo. Es artista, diseñador gráfico, industrial, modelo, arquitecto, todo lo que vos quieras. Él es todo, la verdad. Edgardo es un artista que comenzó su carrera en uno de los mejores periodos -en mi humilde opinión- del arte argentino: los 60s, cuando el caldero del arte argentino estaba hirviendo en el Instituto Di Tella, donde él entró ya con su carrera empezada y alineado con el arte pop. Hace ya más de cincuenta años que nos está dando arte lleno de color, con personajes fantásticos y con ideas claras. Lo más hermoso de su trabajo es lo directo que es. Él quiere que se entienda lo que se está viendo, no quiere hacerse el artista complicado que tiene una explicación muy seria su obra, eso para él es un fracaso.
Uno de los personajes más emblemáticos de su obra es el mono. Los monos que hacen monerías. ¿Qué animal es un mejor sinónimo de la felicidad que un mono que hace monerías? Hablando un poco de la historia de sus monos podemos ver una evolución, entre los monos más estáticos del principio y los más abocados a hacer monerías del presente. Y eso tiene que ver directamente con la idea de felicidad de Edgardo. A medida que el mundo empeora, lo que necesitamos para hacerle la contra son estos monos que hacen monerías para inyectar felicidad. Si volvemos al tema del último Sublime Obsesión podemos decir que el arte de Edgardo es camp y el camp, tanto como la felicidad, pueden ser bien contraculturales.
La utilización de personajes para el juego y transmitir felicidad también se dan en el diseño. Hay casos en los que estos personajes no tienen un uso definido más que ser un producto que se admira y saca una sonrisa. Bah, si algo logra sacarte una sonrisa me parece entonces que es un producto importantísimo. Estoy hablando de, por ejemplo, las muñecas de madera diseñadas por Alexander Girard para Vitra. Estas muñecas son unos pequeños personajes muy 60s que apelan a los sentimientos más básicos, los que están relacionados con el juego. Tienen bastante humor, ninguna función clara y cuando un objeto así no tiene ninguna función en realidad las posiblidades son infinitas, esa es la invitación al juego.
Otro caso que me encanta es el de la marca italiana Fornasetti. En realidad lo de Piero Fornasetti no es un personaje sino que es el retrato de una persona real, el de la soprano Lina Cavalieri. Todo comenzó cuando vio el rostro de la cantante en una revista de modas, eso bastó para obsesionarse. Me siento identificado. Algunos dirán que era una fijación pero lo que sabemos es que repitió este rostro hasta el hartazgo. Estos rostros primeros se presentaron como serigrafías, luego se volvieron absolutamente icónicos, aparecen todo el tiempo en películas y series en los fondos de escenas de gente rica, incluso si se fijan bien aparecen mucho en el fondo de las películas de Almodóvar. Vieron cómo todo tiene que ver con todo. La cara de Lina se volvió un clásico ya, apareciendo en platos, remeras, bolsas, láminas pero la gracia no es su cara, muy bella, claro, sino que siempre es diferente. El gran logro de Fornasetti es trabajar una cantidad prácticamente infinita de caras y todas te sacan una sonrisa. Porque lo más importante, creo, no es solamente la cara en sí sino el sentido del humor y sentido de la magia con el que Piero Fornasetti ilustró cada una de ellas. Él murió en 1988 y desde ese momento no se crearon más ilustraciones pero si se siguen vendiendo. El producto más icónico de esta marca es el plato serigrafiado y si van a la página web van a encontrarse con cientos de variaciones sobre el tema, que, corréctamente, se llaman “tema e variazioni”
Ya vieron que hoy no hubo ninguna definición como si hubo la semana pasada pero bueno, el camp si necesitaba definirlo -varias personas me dijeron que no tenían idea de cuál era la definición de camp- en cambio la felicidad ¿Podría haberla definido? La verdad es que no lo creo, no me siento con tantas ínfulas como para meterme en ese berenjenal. Yo solo me dediqué hoy a compartir aquellas pequeñas cosas que me hacen feliz. Una comedia romántica, Kylie Minogue haciendo un cover de Annie Lennox, la cara de Lina Cavalieri sacando la lengua. Todas me llenan de felicidad, me sacan una sonrisa. Compartí con ustedes en qué consiste mi refugio personal, el lugar donde me armo de valor para salir a este mundo tan complicado. Cada uno debe tener las cosas que lo hacen felices, sus propias películas, sus propias canciones. Estas son las mías. Lo importante es que recuerden lo siguiente: en este mundo que estamos viviendo, perseguir la felicidad es pura rebeldía.
Suyo,
Joel 💋
Editor en Jefe de Sublime Obsesión